La vida líquida moderna, a diferencia de la cultura de la era de la creación de las naciones, no tiene «gente» para «educar». En lugar de eso, tiene clientes para seducir. Y a diferencia de su predecesora «sólida moderna» ya no quiere esforzarse por dejar -al final pero cuanto antes mejor- de trabajar. Su tarea ahora es conseguir que su propia supervivencia sea permanente, por medio de distribuir temporalmente todos los aspectos de la vida de sus antiguos protegidos, ahora rebautizados como clientes.
Actualmente, la población de casi todos los países es una colección de diásporas. Los habitantes de casi todas las ciudades de un tamaño considerable son hoy en día un conglomerado de enclaves étnicos, religiosos y de estilo de vida, en los que la línea que divide los «internos» y los «externos» es una cuestión muy reñida.
En este contexto, el cambio generacional ha cambiado. Por norma, los niños entran en un mundo drásticamente diferente del mundo en el que sus padres se formaron y que aprendieron a entender como estándar de la «normalidad».