En los primeros siglos de su modernización, Occidente describió y pensó la realidad social en términos políticos: el desorden y el orden, el rey y la nación, el pueblo y la revolución. Luego, con la Revolución Industrial, el capitalismo se emancipó del poder político. Pensamos y actuamos entonces en nombre de un nuevo paradigma, económico y social, y hablamos de clases, riquezas, desigualdades y redistribución
Hoy, en la hora de la economía global y el individualismo feroz, la modernización ha hecho saltar en pedazos esos antiguos modelos de sociedad. Cada uno de nosotros, inmerso en la producción y en la cultura de masas, se esfuerza por escapar de ellas y construirse como sujeto de su propia vida. El nuevo paradigma con el que damos cuenta de estas preocupaciones nuevas es cultural y educativo. De ello dan testimonio los grandes interrogantes de nuestra época: ¿qué lugar hay que conceder a las minorías?, ¿debe la sexualidad situarse en el centro de todo?, ¿asistimos al retorno de las religiones?
Los antiguos paradigmas se dirigían hacia la conquista del mundo; con el nuevo, somos nosotros los protagonistas. Y mientras levantamos acta de la descomposición de un universo dirigido por los hombres, entramos en una sociedad de mujeres.